Aportaciones de la tercera generación

En realidad, las aportaciones que pudiera suponer la tercera generación se habrían de ver en las terapias concretas que la constituyen y que, por lo que aquí se refiere, se encontrarían en los artículos del presente monográfico. No obstante, se van a señalar ciertas aportaciones de alcance general. Las aportaciones que se destacan aquí se podrían situar en el marco general de un replanteamiento contextual de la psicología clínica (incluyendo la psicopatología, la evaluación y el tratamiento).

El replanteamiento contextual es importante en el estado actual de la psicología clínica, dominada como los está por el 'modelo médico' adoptado quizá en muchos casos de una forma inadvertida y un tanto ingenua. El modelo médico, que también se podría identificar como 'modelo del déficit', supone que hay un déficit o disfunción psicológica en la base de los 'trastornos mentales' de manera que éstos requerirían de una técnica específica que reparara tal condición.

En este sentido, el psicólogo clínico vendría a ser una suerte de 'imitador de psiquiatra' el cual lo sería a su vez de 'médico internista' desvirtuando en este caso buena parte de la psiquiatría (y probablemente la parte buena) y desvirtuando en aquel la psicología clínica que de suyo habría de tener una mirada contextual. De ahí que se hable de replanteamiento contextual, más que meramente de planteamiento, dado que al menos la terapia de conducta en su primera generación tenía una vocación contextual. Como quiera que sea, el 'modelo médico' versus el 'modelo contextual' es actualmente el 'gran debate de la psicoterapia' (Wampold, 2001) y donde de hecho se debate el ser o no ser da la psicología clínica (González Pardo y Pérez Álvarez, en prensa).

Este replanteamiento contextual tendría una tarea de primer orden en la desmedicalización de los problemas psicológicos. Las razones para tal propuesta se fundan en una discusión acerca de la naturaleza de los 'trastornos mentales', donde se muestra de acuerdo con una amplia literatura que, sin dejar de ser hechos reales, lo cierto es que los 'trastornos mentales' son hechos reales a la manera médico-psiquiátrica por conveniencias, sobre todo, para la industria farmacéutica y a fortiriori para los clínicos e incluso para los propios pacientes oportunamente informados y formateados como 'pacientes' de una supuesta enfermedad (González Pardo y Pérez Álvarez, en prensa). Por lo que aquí respecta, se ha de señalar la desmedicalización de la depresión propuesta por Jacobson y Gortner (2000), precisamente a partir de una de las terapias que constituyen la 'terapia de conducta de tercera generación' como es la 'terapia de activación conductual' (Jacobson, Martell y Dimidjian, 2001).

Esta desmedicalización o, quizá mejor en términos positivos, replanteamiento contextual, no es algo utópico, por cuanto que existe, sino más bien ucrónico, en la medida en que va en contra de los tiempos que corren (caracterizados por la medicalización y psicopatologización de los problemas de la vida). La cuestión es que la terapia de conducta de tercera generación' apunta en esta dirección desmedicalizadora y contextual, junto con otras terapias psicológicas, ciertamente.

La aportación de la tercera generación concierne a la psicopatología, ofreciendo en este caso alternativas a las categorías al uso como, por ejemplo, el trastorno de evitación experiencial (Wilson y Luciano, 2002, capítulo 3), a la evaluación, reofreciendo el análisis funcional ahora apto también para los eventos privados (Dougher, 2000) y por supuesto al tratamiento. En el tratamiento es donde estarían las aportaciones más significativas, inseparables en todo caso de las anteriormente señaladas. Aun antes de enumerar las terapias que constituyen esta generación se va a enunciar siquiera a título indicativo la aportación terapéutica que bien podría resumir todo un cambio de lógica en la psicología clínica y ni que decir tiene de la psiquiatría. Formulada en términos de principio terapéutico, sería así: Se trata del abandono de la lucha contra los síntomas y en su lugar la reorientación de la vida.

Frente al ensañamiento contra los síntomas que caracteriza a la psiquiatría biológica y en buena medida también a la terapia cognitivo-conductual, se propone la aceptación y a la vez la reconstrucción del horizonte de la vida, sea por ejemplo en términos de orientación a valores como hace la Terapia de Aceptación y Compromiso (Wilson y Luciano, 2001) o de activación conductual como hace precisamente la Terapia de Activación Conductual (Jacobson et al., 2001). Se trata de un principio terapéutico fácil de enunciar, pero difícil de llevar a cabo, de ahí la complejidad de estas terapias, las cuales requieren tener las ideas claras en varios sentidos (filosófico, conceptual y práctico).

Esta aportación no se puede decir que sea nueva de todo punto, sino que, por el contra[1]rio se puede reconocer de una u otra manera en diversas psicoterapias tradicionales (Pérez Álvarez, 2001). De todos modos, la cuestión aquí no está tanto en la originalidad como en la sabiduría que supone su existencia en otras orientaciones terapéuticas. Lo nuevo aquí, en la tercera generación, es que este principio se ha estudiado sistemáticamente y, por lo demás, que viene a ser un retorno a las raíces contextuales de la propia terapia de conducta (Jacobson et al., 2001). La originalidad, si acaso, estaría en volver a los orígenes.

Post Author: Entorno Estudiantil

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