«Cogito, ergo sum»

La que probablemente sea la frase más famosa dentro de la filosofía, «Cogito, ergo sum» («Pienso, luego existo»), aparece en la obra de 1641, Meditaciones metafísicas, de Rene Descartes (1596-1650).

La conocida conclusión se incluye al final de su proyecto de someter todas sus creencias a un proceso de duda radical. El filósofo decidió rechazar cualquier creencia que no pudiera demostrar con certeza que fuese verdadera. Por ejemplo, descartó su fe en el mundo de la experiencia sensorial porque creía que sus sentidos podían ser engañados.

Sin embargo, encontró algo de lo que no podía dudar: el hecho de estar pensando. Descartes defendía que le era imposible dudar de eso porque, al hacerlo, estaría pensando. Así que declaró que, si sabía con certeza que estaba pensando, sabía con certeza que existía. El filósofo había encontrado algo incuestionable: la creencia en su propia existencia.

El argumento de Descartes es un punto de partida común para lo que los filósofos denominan el problema del autoconocimiento: ¿qué es aquello que es único sobre nuestra propia conciencia de nosotros mismos desde nuestro interior? O, lo que es lo mismo, ¿en qué manera es diferente pensar sobre nuestros pensamientos, sentimientos y deseos en oposición a cualquier otra cosa? Algunos opinan que una diferencia radica en que no podemos equivocarnos cuando informamos con honestidad sobre lo que pensamos o sentimos. La idea parece plausible si pensamos en el caso del dolor. Si sientes que tienes un dolor, parece imposible que puedas equivocarte al creer que lo tienes.

OTROS DATOS DE INTERÉS

1. Descartes creía haber conseguido una prueba de la existencia de Dios tan sólida que no podía ser refutada.

Post Author: Entorno Estudiantil

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