Contribuciones del psicoanálisis a la psicoterapia infantil

La práctica del psicoanálisis infantil puso de manifiesto que las reglas relativamente rígidas que se aplicaban en el análisis de los adultos, con la posición relajada sobre el diván y las asociaciones libres, no podían trasladarse al tratamiento de los niños. Al faltar en el niño una capacidad de asociación suficiente, desaparecía un eslabón decisivo en la cadena terapéutica usual. Por otra parte, se consideró que la vía regia para penetrar en el inconsciente infantil era el juego en lugar de los sueños, lo cual derivó en un gran número de posibilidades terapéuticas nuevas (Bierman, 1973).

Como primer analista de niños, mas no médico, Hermine von Hug-Hellmuth publicó en 1913 el libro La vida psíquica del niño, y posteriormente un trabajo sobre la Técnica del análisis de niños. Esta autora alentaba a sus pequeños pacientes a jugar libremente con muñecas y otros juguetes y extraía sus conclusiones analíticas a partir del juego, así como del comportamiento y manifestaciones del niño. Hug-Hellmuth al describir su forma de análisis infantil, examinó cuestiones esenciales en la práctica como: la falta de consciencia de enfermedad del infante, la posición que toma el terapeuta respecto de los padres, y la conducta del niño durante el juego, así como su interpretación. Enfatizó también la necesidad de lograr lo antes posible una relación emocional positiva entre el niño y el terapeuta (Bierman, 1973).

El desarrollo del análisis de niños, alcanzó un primer apogeo durante la década de los veinte, con las concepciones, opuestas y controvertidas de Anna Freud y Melanie Klein.

Anna Freud, con su trabajo práctico en un jardín de infancia experimental sienta las bases de su libro Psicoanálisis para pedagogos (1931) y en la Introducción a la técnica del análisis en niños (1927) expone detalladamente sus concepciones sobre la técnica del tratamiento en la infancia.

El enfoque de Anna Freud consiste en dirigir la estrategia hacia el hogar del niño. El mundo exterior era importante para comprender la dinámica afectiva del niño. “Son evidentes las múltiples interrelaciones entre el Superyó y los objetos a los cuales debe su establecimiento, pudiéndose compararlas a las que rigen entre dos vasos comunicantes” (A. Freud, 1927, p. 84).

La meta del psicoanálisis infantil para Anna Freud, era desarrollar el Yo hacia la síntesis, modificar el carácter, producir identificaciones sobre el Yo, y alcanzar un Superyó tolerante.

Las grandes aptitudes e intereses pedagógicos de Anna Freud (en constante contacto con la labor tutelar de Aiehhorn, y con los hogares y centros de consulta pedagógica de Viena), condicionaron el carácter pedagógico que dio a la psicoterapia infantil, en concordancia con los analistas suizos. Este hecho y el problema de la transferencia fueron en gran parte la causa de las discrepancias con Melanie Klein (1927).

Anna Freud consideraba que sólo en ocasiones esporádicas de neurosis de angustia graves estaba indicado el análisis clásico en el niño; mientras que, en los demás casos, la psicoterapia infantil debía adaptarse a la especial situación del niño en su familia. También lo inducía, por medio de muy variados materiales de juego, a efectuar proyecciones e identificaciones. Desde el inicio del tratamiento fomentaba una intensa transferencia positiva en el niño y tomaba en cuenta para el análisis que el niño a diferencia del adulto raramente tiene consciencia de enfermedad y deseos de tratarse, y la deficiente o nula capacidad del infante para hacer asociaciones.

Esta autora puso de relieve la adaptación del niño al mundo circundante; es decir su necesaria socialización, que tiene lugar con la ayuda de la imitación, introyección e identificación. Estos conocimientos son especialmente importantes para la psicoterapia de los jóvenes delincuentes. Para  Anna Freud, el objetivo de la psicoterapia es una compensación entre las posiciones neuróticas del Ello, Yo y Superyó, en la medida en que, mediante una mayor tolerancia de cada uno de estos sistemas respecto a los demás, se favorezca un desarrollo armónico de la personalidad

En Berlín, Melanie Klein se basó en las observaciones efectuadas en el tratamiento analítico de un escaso número de niños pequeños para desarrollar una técnica especial de juego y de interpretaciones que ha pasado a la historia del psicoanálisis con el nombre de Análisis precoz del niño. Al trasladarse a Londres en 1926, estas concepciones condujeron al desarrollo de una escuela propia de psicoanalistas de niños. En sus primeras publicaciones (1924) señaló las relaciones existentes entre el juego del niño, su desarrollo sexual y sus fantasías. Consideró la disminución de la angustia del niño durante el tratamiento analítico como una confirmación de lo correcto de sus concepciones, según las cuales ya es posible dar a un niño pequeño interpretaciones simbólicas directas, especialmente sexuales, de su comportamiento alterado o de su conducta durante el juego. El juguete mismo le pareció constituir un objeto de transferencia, lo que explicaría en parte la incapacidad neurótica de jugar que tienen algunos niños. De sus experiencias con el análisis precoz de niños, dedujo amplias consecuencias que atribuían una importancia decisiva al desarrollo emocional del niño durante el primer año de vida, en el cual la incorporación de las primeras relaciones de objeto, las representaciones y experiencias de un pecho bueno y un pecho malo (como madre protectora o frustrante) formaría el núcleo para el desarrollo ulterior del Superyó. Consideró las ansiedades precoces, las depresiones y las vivencias paranoides del lactante como causas de la psicosis que aparecen en épocas ulteriores de la vida (Bierman, 1973).

Para Melanie Klein, el psicoanálisis del niño comienza en la primera sesión. Ella trabajaba con las ansiedades y la culpa de los menores, considerando a la angustia como una expresión de la resistencia y utilizaba al juego como vía de acceso al material inconsciente. Los juguetes constituían la herramienta para conocer las fantasías inconscientes, las cuales eran interpretadas. “La representación por medio de juguetes, es en realidad, la representación simbólica en general, al estar hacia cierto punto alejada de la persona misma del sujeto— está menos investida de angustia que la revelación por la palabra hablada” (Klein, 1927, p. 95).

Esta autora consideraba que el psicoanálisis se ocupaba del complejo de Edipo formado con la frustración derivada por el destete. En las sesiones analizaba la relación con los objetos introyectados en el mundo interno, y a diferencia de Anna Freud, postulaba que en el análisis del niño surge la neurosis de transferencia, y que tanto la transferencia positiva como la negativa son manejables y que era necesario interpretar la negativa.

En el análisis de los niños Melanie Klein observó que los síntomas cambiaban, se acentúaban o disminuían durante el proceso del análisis. Observó también que la abreacción de afectos tenía una estrecha conexión con el trabajo psicoterapéutico y con la relación transferencial. Con base en estas observaciones postuló que la angustia y las reacciones emocionales del niño son posibles de resolver en el terreno analítico.

 En 1932 publicó El psicoanálisis de niños, convirtiéndose en la obra más importante escrita por un miembro de la Sociedad Británica hasta ese momento. En este trabajo formula dos conceptos importantes de su teoría: las posiciones esquizo-paranoide y depresiva.

Otro teórico que contribuyó de manera muy importante en el tratamiento de las dificultades emocionales en los niños fue Donald Winnicott, médico especializado en pediatría en 1920, quien, durante más de cuarenta años se dedicó a la pediatría y se desempeñó como psicoanalista haciendo una productiva síntesis de ambas profesiones. En 1927 ingresó a la Sociedad Psicoanalítica Británica, en donde supervisó su práctica psicoanalítica en compañía de Melanie Klein.

Su obra fue original, se centró en el estudio de la relación madre-lactante y la evolución posterior del sujeto a partir de esta relación. Este autor consideraba que todo recién nacido sano tiene una tendencia innata a desarrollarse como una persona total y creadora, pero requiere de un entorno inicial como base para el desarrollo. Siendo la madre el primer contacto del bebé con el entorno, las funciones maternales juegan un papel primordial en el desarrollo del infante.

En sus primeros meses de vida el infante (especialmente durante el período de lactancia), concibe el entorno como sinónimo de la madre. En ese momento, la intervención del padre está mediatizada por la madre y, en un primer momento, el padre cumple la función de favorecer al entorno ayudando a la madre a preservar la diada madre-lactante. Sin embargo, Winnicott, observa que un exceso de apego entre la madre y el hijo es patológico; la preocupación materna primaria suele ser espontánea, lo que importa es que en ella se dé un equilibrio entre ser una madre suficientemente buena y una madre superficialmente dedicada al niño. La primera es aquella que es capaz de dar cabida al desarrollo del verdadero Yo del niño; es decir acoger sus gestos, en el sentido de lo que el niño quiere expresar, esto es, interpretar sus necesidades y devolvérselas como una gratificación al bebé.

En su hipótesis plantea que a partir de la frustración en el niño va emergiendo un falso Yo, que tiene función adaptativa, que acerca al niño a un principio de realidad. Éste puede darse en diferentes grados, desde el que correspondería a un tipo de adaptación a las normas sociales, hasta grados más patológicos que lo alejan de lo que es intrínsecamente su propio self y se constituye en una mera adaptación.

En un principio, la madre debe ilusionar al bebé para después desilusionarlo gradualmente. Esto quiere decir que el bebé, ante su necesidad de comer, es acogido por la madre y ésta le ofrece su pecho para alimentarlo, de tal modo que se dispone una situación en donde el lactante tiene la ilusión de que el pecho fue creado por él y que es parte suya. Pero a medida que la madre lo desilusiona; esto es, que no le otorga gratificación de inmediato, el bebé se va percibiendo como separado de ella, lo que da lugar a que gradualmente pueda percibir su realidad y su subjetividad.

De sus observaciones acerca de la primera relación madre-niño, Winnicott obtiene conclusiones para sus métodos de práctica psicoanalítica; por ejemplo, el llamado setting (disposición) analítico y la relación soñar-soñado.

En el setting se busca que el paciente logre —tras una regresión momentánea a los cruciales años de su infancia— demostrar su modo de soñarse. En tanto que en el psicoanálisis se produce una momentánea regresión (para lograr una eficaz reflexión sobre la infancia). Winnicott también introduce la noción de holding (contención, pertenencia, valores adquiridos), ya que la relación analista-paciente crea una fuerte relación emocional de dependencia. El objetivo del tratamiento en los pacientes adultos es ayudarlos a liberarse de la dependencia (que evoca a los vínculos que el sujeto haya tenido en su infancia), lo que se constituiría en un signo de la curación.

La teoría de Winnicott postula que en cada persona hay un falso y un verdadero self, y su organización la conceptualiza como una serie complementaria, que va desde lo saludable, aspectos socialmente indispensables para el desarrollo (verdadero self), hasta lo patológico falso self (la enfermedad).

El verdadero self, que en la salud se expresa en la autenticidad y la vitalidad de la persona, estará siempre en parte, o en su totalidad, oculto. Mientras que el verdadero self hace que el sujeto se sienta real, el falso self tiñe la existencia de un sentimiento de irrealidad, de futilidad. Si tanto la persona como la sociedad, perciben el falso self como saludable, es posible que la persona se perciba más funcional de lo que le pueda hacer sentir el verdadero self.

Este autor postula que la temprana interrupción de la experiencia de omnipotencia infantil perjudica el desarrollo de la capacidad de simbolización, por el bloqueo de la formación de símbolos. Es posible que la creatividad del pequeño que se ve sometido a la sumisión, a la imposición aplastante de una realidad que no deja hueco a la ilusión, se vea comprometida o desaparezca. Cada individuo necesitará ciertas relaciones o actividades que pueda conectar con su propio mundo interno, con su espontaneidad y creatividad, sin la exigencia de estar integrado. Desde estas premisas, se podría entender al estrés como la permanente vigencia de los repetidos y agotadores estímulos externos, y la consecuente incapacidad de la persona para conectarse consigo mismo.

Cuando existe una gran separación entre verdadero y falso self, el primero puede desaparecer por completo, lo que suele aparecer como una pobre capacidad para la simbolización y una vida culturalmente reducida. Así ocurre en algunas personas extremadamente inquietas o impacientes, con poca capacidad de concentración y gran necesidad de reaccionar a las demandas de la realidad externa, al mismo tiempo que experimentan un gran malestar consigo mismas.

Otra aportación de Winnicott son los conceptos de espacios, fenómenos y objetos transicionales que se dan al producirse la paulatina independencia de los niños hacia la madre. Manifiesta que los espacios, fenómenos y sobre todo los objetos transicionales son factores substitutivos que —en un principio ilusoriamente— sustituyen a la madre. El juguete preferido del niño es un ejemplo de objeto transicional. Las actitudes que en ese momento tiene éste junto a los fenómenos y a los objetos transicionales le sirven de nuevo entorno y son la base para lograr paulatinamente su autonomía y autosuficiencia.

Para este autor, el juego es una herramienta esencial para el tratamiento infantil, ya que lo considera como un elemento que permite al niño expresarse simbólicamente por carecer éste de un uso del lenguaje amplio. En los juguetes y objetos, el niño proyecta a los personajes de su mundo interno y evidencia sus mecanismos de defensa. Con el juego, el menor experimenta la realidad, el espacio donde se desarrollan los contactos y vicisitudes entre sus vivencias internas y el exterior. Al juego lo considera un ejercicio de creación de los objetos (Anzieu, A., Anzieu, P. & Daymas, 2001).

En su práctica clínica desarrolló y suavizó las reglas ortodoxas del análisis infantil, resaltando la actitud del terapeuta y la utilización del juego en el tratamiento. Mientras el niño juega, puede, además de manejar el espacio transicional con los objetos que allí se encuentran, experimentar la destrucción o la supervivencia de los mismos, al situarlos fuera de él y de este modo crear la realidad. En su libro Realidad y Juego (1971) enfatiza que mediante el juego, es posible desarrollar una psicoterapia profunda sin necesidad de interpretarla. Asimismo, destaca que lo importante es el momento en el cual el niño se sorprende a sí mismo y no la interpretación que del juego hace el terapeuta.

Los estudios de Melanie Klein y Winnicott tuvieron un gran impacto en la Teoría del Apego propuesta por Bowlby. Este autor inglés, fue Director de la Clínica Tavistock, y desde 1950, consultor de Salud Mental de la Organización Mundial de la Salud.

Debido a sus trabajos previos con menores mal adaptados y delincuentes, se interesó en el desarrollo de los niños y comenzó a trabajar en la Clínica de Guía Infantil en Londres. Melanie Klein fue su supervisora durante su entrenamiento psicoanalítico, aunque tenían diferentes visiones sobre el rol de la madre en el tratamiento de un niño de tres años. De una manera específica e importante, Klein expresaba el rol de las fantasías infantiles del niño acerca de su madre, mientras Bowlby enfatizaba la actual historia de la relación entre el niño y su madre.

Su interés se centraba en encontrar los patrones de interacciones familiares involucrados tanto en el desarrollo sano como en el patológico. Se enfocó sobre cómo las dificultades de apego se transmitían de una generación a otra.

El término interacción fue utilizado por primera vez por Bolwby en un famoso artículo La índole del vínculo del hijo con su madre (Brazelton & Cramer, 1993); el cual ejerció una poderosa influencia en la aplicación de un modelo observacional de la relación. Bowlby, a diferencia de los psicoanalistas anteriores, sostuvo que el intercambio con la madre no se basa únicamente en la simple gratificación oral y su concomitante reducción de la tensión.

Tomó en cuenta la etología al describir el carácter muy activo de las conductas de vínculo del niño. En Bowlby se aprecia el reconocimiento del rol del bebé en su voluntad de suscitar respuestas en su madre, hace énfasis en la actividad y no en la indefensión, así como en la facultad del bebé para promover conductas y no en la pasividad (Brazelton & Cramer, 1993).

Al hacer referencia al rol de la interacción, plantea que la experiencia de separación real mina la confianza, pero no es suficiente para que surja la ansiedad de separación. Para ello es necesario que intervengan otras variables como amenazas de abandono con fines disciplinarios, discusiones de los padres con significado implícito de riesgo de separación. En 1970 Ainsworth y Bell diseñaron la situación del extraño (citado en Bolwby, 1985) para examinar el equilibrio entre las conductas de apego y de exploración, bajo condiciones de alto estrés. Desde este momento, ésta se convirtió en el paradigma experimental por excelencia de la Teoría del Apego.

La situación del extraño es una condición de laboratorio de aproximadamente 20 minutos de duración con ocho episodios. La madre y el niño son introducidos en una sala de juego en la que se incorpora una desconocida. Mientras esta persona juega con el niño, la madre sale de la habitación dejando al niño con la persona extraña.

La madre regresa y vuelve a salir, esta vez con la desconocida, dejando al niño completamente solo. Finalmente regresan la madre y la extraña. Tal y como esperaba, Ainsworth encontró que los niños exploraban y jugaban más en presencia de su madre, y que esta conducta disminuía cuando entraba la desconocida y, sobre todo, cuando salía la madre. A partir de estos datos quedaba claro que el niño utilizaba a la madre como una base segura para la exploración, y que la percepción de cualquier amenaza activaba las conductas de apego y hacía desaparecer las conductas exploratorias (Oliva, 1995).

Como resultado de este experimento Aisworth y Bell postularon lo que se conoce como los diferentes tipos de apego:

Apego seguro

Es un tipo de relación con la figura de apego que se caracteriza porque la madre es muy sensible y responsiva a las llamadas del bebé, mostrándose disponible cuando su hijo la necesita.

Apego inseguro evitativo

Es un tipo de relación con la figura de apego que se caracteriza porque los niños se muestran independientes. Las madres de estos niños se muestran relativamente insensibles a las peticiones del niño y/o rechazantes.

En este caso, la interpretación global de Ainsworth era que cuando estos niños entraban en la situación del extraño comprendían que no podían contar con el apoyo de su madre y reaccionaban de forma defensiva, adoptando una postura de indiferencia. Como habían sufrido muchos rechazos en el pasado, intentaban negar la necesidad que tenían de su madre para evitar frustraciones. Así, cuando la madre regresaba a la habitación, ellos renunciaban a mirarla, negando cualquier tipo de sentimientos hacia ella (Oliva, 1995).

Apego inseguro ambivalente

Estos niños vacilan entre la irritación, la resistencia al contacto, el acercamiento y las conductas de mantenimiento de contacto. Las madres de estos niños proceden de forma inconsistente, se muestran sensibles y cálidas en algunas ocasiones y frías e insensibles en otras. Estas pautas de comportamiento habían llevado al niño a la inseguridad sobre la disponibilidad de su madre cuando la necesitasen (Oliva, 1995).

En este caso, el niño se comporta de modo tal que responde a una figura de apego que está mínima o inestablemente disponible; puede desarrollar estrategias para conseguir su atención, o bien exhibir mucha dependencia. La característica de estos niños es una acentuada inmadurez y la dependencia que a nivel biológico puede resultar adaptativa, ya que le funciona para mantener la proximidad de la figura de apego. Sin embargo, a nivel psicológico no es tan adaptativa, debido a que impide que el niño pueda desarrollar sus tareas evolutivas (Oliva, 1995).

Apego múltiple

Bowlby considera que el niño puede llegar a establecer vínculos afectivos con distintas personas; sin embargo, también piensa que los infantes están predispuestos a vincularse especialmente con una figura principal, y que el apego con ésta es cualitativamente especial y distinto del establecido con otras figuras secundarias.

Es común que cuando un niño está triste o enfermo busque preferentemente la compañía de su madre, pero también es posible que prefiera al padre. Investigaciones realizadas en este sentido prueban que en el momento del nacimiento los padres pueden comportarse tan sensibles y dispuestos a responder a los bebés como las madres (Oliva, 1995).

El apego no sólo se produce con relación a las figuras parentales. Aunque se admite que hay poca investigación al respecto, se sabe que con los hermanos se logran verdaderas relaciones de apego. Los niños se ofrecen ayuda y consuelo unos a otros en situaciones desconocidas o amenazantes (Oliva, 1995). En conclusión, los niños son capaces de establecer vínculos de apego con distintas figuras, siempre que éstas se muestren sensibles y cariñosas. No es de antemano negativa la existencia de varias figuras de apego. Por el contrario puede ser muy conveniente, pues facilita elaboración de los celos, el aprendizaje por imitación y la estimulación variada. Incluso es una garantía para una mejor adaptación en caso de una inevitable separación de los padres en caso de accidente, enfermedad o muerte (Oliva, 1995).

Con base en los casos que observó y pudo recopilar, Bowlby postuló que la base segura que se establece en la relación entre niño y padres a una edad temprana tiene una influencia en la vida del sujeto hasta su adultez. Para este autor, el estilo de apego no sólo condiciona el tipo de personalidad sino que también fija la manera de relacionarse con un modelo de autoridad.

Los postulados y estudios realizados por Bowlby, constituyen una base muy importante para la terapia infantil, sobre todo en la relación que el terapeuta establece con el menor; ya que al propiciar un apego seguro con el profesional, el menor será capaz de desarrollar una personalidad armónica y sana. En este punto es necesario enfatizar que los niños pequeños con los que se trabaja, aún están en proceso de estructurar su personalidad. Por otro lado, esta teoría pone de manifiesto la importancia de trabajar con los padres, de manera que éstos puedan tener actitudes consistentes y cariñosas que proporcionen a los niños menores una base segura.

No cabe duda que el movimiento psicoanalítico iniciado por Melanie Klein en Inglaterra, proporcionó las bases para el interés sobre el desarrollo emocional de los niños desde los vínculos muy tempranos con la madre o adultos significativos, (Winnicott, Aisworth, Bell & Bowlby). Las teorías evolutivas emanadas de estos autores, dieron lugar a un cambio en la concepción del desarrollo de los niños y sobre todo en función de nuevas aproximaciones en la crianza y en el tratamiento psicológico de los niños pequeños.

En Francia, también se desarrolló la psicoterapia infantil con la influencia de Erich Stern, quien emigró de Alemania en 1933 y mantuvo de manera conservadora la psicoterapia infantil del tipo del consejo pedagógico, así como la utilización de técnicas de psicodiagnóstico. El analista de niños Levobici ha estudiado de manera fructífera los diversos problemas teóricos y prácticos de la psicoterapia infantil y ha preconizado la utilización del Psicodrama de Moreno en los niños ( Bierman, 1973).

La analista Françoise Dolto desarrolló una forma especial análisis infantil, el juego con la muñeca flor, que dio buenos resultados en niños autistas, con Yo débil, (limítrofes), y también con adultos. La propuesta metodológica de esta psicoanalista francesa, discípula de Lacan, es de gran trascendencia en el escenario reciente del psicoanálisis con niños. En1986 aplicó un método que da lugar a la conversación con el niño, entendida ésta como la provocación de sus variadas ocurrencias., en su libro Psicoanálisis y Pediatría, ilustra con múltiples casos tomados de su experiencia clínica en el trabajo realizado con pacientes infantiles a lo largo de varios años. Esta autora señala la importancia del pago de la sesión por parte del niño: un pago simbólico con un objeto elaborado generalmente por el pequeño, lo cual le da la posibilidad de ocupar un lugar distinto frente a su propio proceso (Segovia, 2004).

Dolto utilizaba en su práctica terapéutica las mismas palabras del niño para significarle sus propios pensamientos como el aspecto de una realidad. En 1938 se encontró con Jacques Lacan a quien siguió a lo largo de toda su carrera. Tomó de él sus conceptos, pero se los apropio de manera personal. Así, al inspirarse en el estadio del espejo y en la imagen corporal propuesta por Paul Schilder, creó el término de imagen inconsciente del cuerpo para designar la encarnación simbólica del sujeto deseante. Durante 40 años Lacan y Dolto figuraron como la pareja parental para generaciones de psicoanalistas franceses. En septiembre de 1940 inauguró en el hospital Trousseau un servicio abierto para los analistas deseosos de formarse en la práctica del psicoanálisis.

Actualmente, la teoría y la técnica dentro de la terapia psicoanalítica infantil son las mismas. El inconsciente infantil se manifiesta a través de síntomas, sueños, fantasías, lo que ocupa un lugar importante dentro del proceso analítico. El valor simbólico y en gran medida inconsciente del material lúdico y gráfico, permite al analista acercarse a la problemática del niño e intervenir poniendo las palabras que faltan al discurso del pequeño paciente. Sin embargo, el analista debe cuidarse de utilizar sus significantes adultos sin preguntar al pequeño el significado que para él tienen las palabras que emplea. Recurrir a las historias puede ser de gran utilidad: un cuento puede servir para ilustrar una situación que el niño comprenderá más fácilmente si se identifica con los personajes (Segovia, 2004).

En EUA, los psicoterapeutas infantiles emigrados durante la década de los treinta encontraron una psicología basada en ideas conductistas; sin embargo, la teoría psicoanalítica permeó a las antiguas colaboradoras de Anna Freud, Emma Plank y Thesi Bergmann, quienes trabajaron en las clínicas infantiles de Cleveland, en donde reunieron valiosas experiencias psicológicas y psicoterápicas en niños enfermos basadas en el Papel de la enfermedad corporal en la vida psíquica del niño. Estas investigaciones fueron precursoras a las de René Spitz sobre el hospitalismo psíquico dando lugar a la adopción de las correspondientes medidas de la higiene mental en asilos y hospitales (Bierman, 1973).

En América la psicoterapia infantil también recibió nuevos estímulos a partir de la antropología cultural. Sobre la base de las investigaciones etnológicas comparativas de Kardiner, Malinowski, Benedikt y Mead. De especial importancia fueron los estudios de Erik Erikson, que aparecen es su libro de Infancia y sociedad, en donde establece el concepto de que los primeros troquelados en el desarrollo del Yo infantil proceden de la cultura en que vive el niño, concepto que fue completado en estudios posteriores acerca de la formación de la identidad en el joven y sus trastornos (Bierman, 1973).

Con esta orientación, Ekstein (Los Ángeles) y Bettelheim (Chicago) trabajaron nuevos métodos terapéuticos en el diagnóstico y tratamiento de los niños autistas. En Nueva York se desarrollaron formas de psicoterapia de grupo para niños y jóvenes. Entre ellas figura, además del Psicodrama de Moreno, la técnica de los grupos de actividad de Slavson para niños y jóvenes, como derivación de la psicoterapia de grupo no directiva de Rogers y Axline (Bierman,

Post Author: Entorno Estudiantil

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