Éxitos y fracasos del Imperio napoleónico

Temerosos de las agitaciones populares, los termidorianos elaboraron una nueva Constitución, la del año III. Con ella instalaron un gobierno de notables dividido en un poder Ejecutivo débil, a cargo de un Directorio, compuesto por cinco miembros, y un poder Legislativo, compuesto por dos cámaras: una de Ancianos, con 250 miembros, y la Cámara de los Quinientos.

La situación económica del país seguía siendo desastrosa, la guerra contra el extranjero continuaba y el gobierno del Directorio generaba descontento por sus abusos y corruptelas. Contra los deseos del Directorio por alejarlo del poder político, uno de sus cinco miembros, Napoleón Bonaparte, un joven militar corso (nacido en Córcega en 1769), sobresalía y gozaba de cierta popularidad por sus éxitos en la guerra contra Austria e Italia, a pesar de llevar a un ejército maltrecho.

El 10 de noviembre de 1799, el 18 Brumario del año VIII, ante la incapacidad del gobierno para resolver los problemas más apremiantes, Napoleón Bonaparte dio un golpe de Estado, disolvió el Directorio y la Cámara de los Quinientos y se constituyó en Primer Cónsul con ayuda de sus amigos banqueros y fi eles militares. Designó a Joseph Fouché jefe de la policía y a Charles-Maurice de Talleyrand ministro de Asuntos Exteriores.

Poco más tarde se autodesignó Cónsul vitalicio con derecho a nombrar a su sucesor. Una de las más trascendentales obras de Napoleón que después sería recogida por el mundo occidental y que en muchos sentidos está aún vigente fue el Código Civil, dado a conocer en 1804. Éste fue una recopilación de leyes que había sido iniciada en tiempos de la República y que no había logrado concluirse.

En él se garantizaba la libertad individual, la igualdad civil, el matrimonio civil, el divorcio, la propiedad privada y una justicia más rápida y eficiente. Ese mismo año, 1804, Napoleón fue nombrado Emperador de Francia. Con sus familiares formó una nueva dinastía (Los Napoleónidas) que se distribuyó de acuerdo con las conquistas territoriales que el ejército francés iba logrando en Europa. En Francia reapareció la vida cortesana y en torno al Emperador se creó una nueva aristocracia, pero numéricamente más limitada que la del Antiguo Régimen.

Con ella, Napoleón impuso su propio estilo artístico el estilo Imperio, una imitación de la grandeza imperial romana pero más pesada y brutal. Durante los 15 años que Napoleón estuvo al frente del gobierno francés, la burguesía tuvo el tiempo y los medios necesarios para consolidar su poder. Durante los 10 primeros años, apoyado por grupos capitalistas, resolvió los problemas económicos más urgentes: reorganizó la hacienda, le dio estabilidad a la moneda y creó el Banco de Francia. Para su gobierno –convertido en un gobierno fuerte de tipo despótico, el reordenamiento de Francia estaba por encima de los principios liberales.

Así, Napoleón restableció las prisiones del Estado, suprimió la libertad de prensa, reglamentó la edición de libros y metió a la cárcel o desterró a los inconformes. Por otro lado, Napoleón llevó a cabo una política de conciliación con los dos grupos más afectados por la Revolución de 1789: la Iglesia católica y la nobleza. Con la Iglesia llegó al acuerdo de permitirle recuperar sus actividades cotidianas, pero sin intervenir en la educación, ni restaurar sus propiedades y privilegios. A la nobleza emigrada la invitó a regresar, le reconoció sus honores pero tampoco sus antiguas propiedades.

Entre las muchas medidas adoptadas para desarrollar la educación, la ciencia y la cultura, Napoleón reorganizó la enseñanza, creó liceos (institutos de segunda enseñanza), incorporó nuevos métodos educativos e impuso el francés como lengua oficial.

A pesar de las coaliciones formadas por distintos países europeos para detener los avances del ejército de Napoleón en las cuales Inglaterra jugó el papel central, el Imperio francés se impuso en la mayor parte de la Europa occidental y en una parte de la Europa central, llegando a incorporar, hasta 1812, a 50 de los 175 millones de habitantes con los que entonces contaba Europa. Sus tácticas militares colocaron al ejército francés en posición de superioridad frente al resto de los ejércitos, destacando sus triunfos en las batallas de Austerlitz y Jena.

En aquellos países donde la burguesía era un grupo fuerte y extendido, el Imperio napoleónico fue bienvenido, pero no donde el clero y la nobleza eran más poderosos, porque Napoleón realizaba reformas que destruían los fundamentos de los antiguos regímenes: los sistemas absolutistas y los derechos feudales.

Estas reformas iban acompañadas de nuevos gobiernos y del pago de contribuciones a Francia. Esto último causó malestar entre la población de los países ocupados pero, sobre todo, el pillaje de sus bienes por parte del ejército. De esta forma, en los pueblos conquistados por Napoleón se fue alimentando un sentimiento de xenofobia, de agravio y humillación que provocó el surgimiento de uniones nacionales y deseos nacionalistas que se mantendrían y propagarían en el futuro.

A partir de 1813, el Imperio napoleónico entró –después de una serie de derrotas en Rusia y Alemania en un proceso de disolución. En 1814, las potencias aliadas llegaron hasta París. Los mariscales del mismo Napoleón se negaron a seguir luchando, formaron un gobierno provisional y demandaron la dimisión del Emperador. Después se le concedió la isla de Elba como principado, bajo la vigilancia de 800 hombres.

Luis XVIII, el hermano de Luis XVI, regresó para restablecer la dinastía de los Borbones. Sus medidas políticas se dirigieron a restaurar el sistema absolutista y a favorecer al alto clero y la nobleza. Esto causó descontento entre los franceses y un grupo de antiguos seguidores y admiradores de Napoleón organizaron el retorno de éste al gobierno.

Al último gobierno de Napoleón se le conoció más tarde como el de Los Cien Días. En esos pocos meses, Napoleón hizo promesas de democracia y reinició sus campañas bélicas, pero fue derrotado definitivamente por la fuerza inglesa en Waterloo y desterrado a la isla de Santa Elena, donde más tarde moriría.

La expansión de la Revolución en Europa

Las ideas liberales y parlamentarias inglesas y norteamericanas, las doctrinas de la Ilustración y los acontecimientos revolucionarios franceses se habían difundido con éxito por Europa entre intelectuales, burgueses y campesinos antes de las conquistas napoleónicas. Pero Napoleón había demostrado como también lo habían hecho los colonos de Norteamérica que era posible llevar estas ideas a la práctica y liquidar al Antiguo Régimen, basado en el absolutismo monárquico, los derechos feudales y la injerencia de la Iglesia en los asuntos del Estado.

En las zonas ocupadas, Napoleón difundió las ideas liberales, desmanteló las estructuras serviles e introdujo el Código Civil. Con ello, a lo largo del siglo XIX, en todo el planeta, se aspiraría a nuevas formas de vida. Estas nuevas formas de vida habían quedado expresadas, desde los primeros momentos de la Revolución, en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano: la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, el derecho sagrado e inviolable a la propiedad, el respeto a la libertad individual y la construcción de la fraternidad universal.

La igualdad de todos los ciudadanos ante la ley contribuyó a la ruina del régimen señorial al acabar con los privilegios estamentales y al aplicar las mismas leyes para todos. Este principio de igualdad se acompañó de medidas liberales, pues al suprimir los gremios, las compañías de comercio y las corporaciones religiosas, dejó abierto el camino al desarrollo de la iniciativa privada, la libre concurrencia y la libre competencia en el mercado.

Además, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano permitió la defensa de todos los ciudadanos contra el uso despótico del poder, del autoritarismo y la arbitrariedad en la aplicación de la justicia. Esto se complementó con la libertad de expresión, de una prensa independiente de las autoridades, y de la libertad de conciencia de los individuos que consagraría la pluralidad ideológica y religiosa al dejar que cada quien eligiera su partido político y su Iglesia.

La Revolución Francesa no se hubiera podido producir sin el ejemplo dado en Norteamérica. El concepto moderno de revolución nació con ambas y desde entonces ha estado ligado a la idea de que el curso de la historia comienza súbitamente de nuevo.

Post Author: Entorno Estudiantil

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