Motivos por lo que se demanda la atención psicológica en los niños

El desarrollo infantil supone un conjunto de variables que el terapeuta debe tener presente al trabajar con niños, dado que las variables relacionadas con la edad, además de determinar la elección de métodos y procedimientos afecta a la consideración de una conducta como problema. Normalmente, los niños son remitidos a tratamiento por un adulto, ya sea porque la conducta resulta molesta para las personas que conviven con el niño; porque tal comportamiento suscita preocupación en los adultos debido al sufrimiento que observan le está causando al niño o bien porque exista la posibilidad de que en el futuro el niño sufra por ello. En general, padres y maestros solicitan tratamiento psicológico con más frecuencia por excesos conductuales como hiperactividad o agresividad, que por problemas de retraimiento social u otro trastorno de ansiedad. Se corre aquí el riesgo de que la ayuda solicitada no se haga pensando en el niño, sino en el adulto que se siente incómodo con la situación.

Por tanto, una cuestión clave es decidir si realmente la ayuda terapéutica que se solicita por los padres o educadores resultará benéfica para el niño, pues con demasiada frecuencia son los adultos los que consideran que el niño requiere de atención Puede ser que los padres busquen en el terapeuta un cómplice que les corrobore que el niño está mal y que no tiene remedio; en otras ocasionesincluso prefieren descubrir que hay alguna causa de naturaleza orgánica, como un daño neurológico, porque esto les permite aliviar la culpa que les genera su participación en la falla de su hijos o bien desligarse del problema, puesto que imaginan que en ese caso el tratamiento se reduciría a darle al niño un medicamento.

Puede darse el caso que los progenitores busquen que alguien se haga cargo del problema del niño, que lo vea dos o tres veces por semana, pero sin tener que participar ellos mismos (Esquivel, Heredia & Lucio, 2007).

Otras veces los padres desconocen las características del desarrollo infantil y pueden tomar como síntoma algo que es normal, como por ejemplo, que el niño se chupe el dedo, los berrinches o las dificultades que puedan presentarse para adaptarse a estímulos nuevos, como lo es el cambio de escuela o de casa.

La primera labor del terapeuta que trabaja con niños es hacerles ver a los padres que tienen que involucrarse y participar en el tratamiento de sus hijos; aunque a veces es difícil que acepten colaborar, sobre todo cuando el niño se ha convertido en el chivo expiatorio de las dificultades familiares.

Enfocar las cosas de esta manera hace más complicado el trabajo con los menores pues implica que no se puede trabajar con los niños sin hacerlo con los padres, los cuales pueden estar dispuestos a llevar al especialista a su hijo, pero no a involucrarse en su tratamiento.

Lo primero que tiene que plantearse el terapeuta, es evaluar el problema en un contexto ecológico que considere todas las aristas del mismo, desde las implicadas en las dificultades del desarrollo socioemocional del niño, considerando las conductas propias de la edad, como las que se constituyen en riesgo de presentar alteraciones psicopatológicas. Asimismo, se debe evaluar el contexto ambiental (familia, escuela), en el que el menor se desenvuelve, las dificultades del niño para afrontar las situaciones y los problemas que se mantienen por efecto del ambiente como pueden ser las pautas de crianza o estar expuestos a estresores medioambientales que dificultan el desarrollo normal y perpetúan los conflictos, lo que puede derivar en otra etapa de la vida en una conducta abiertamente patológica.

Para valorar el problema de manera integral, no se requiere únicamente tener un diagnóstico del niño, sino también de los padres y de cómo el menor se inserta en la dinámica familiar; por lo que se hace necesario evaluar al menor y a los adultos con entrevistas tanto con los padres, como con el niño; además de emplear las diferentes técnicas de psicodiagnóstico disponibles y pertinentes en cada caso. En las últimas décadas, se utiliza el juego en el que intervienen todos los miembros de la familia para determinar el conflicto y la dinámica familiar. Este tipo de diagnóstico, utilizado por Gil y Sobol (2000), se documenta en los casos que se ilustran en el libro.

Al hacer una evaluación a un niño, es importante considerar para qué y para quién se hace, así como qué se pretende con ella. Esto tiene como objetivo realizar un diagnóstico de la situación que se presenta; el cual va a implicar muchas cosas, entre otras, como la que se acaba de mencionar: que quizá no sea el niño el que requiera el tratamiento.

La obligación del psicólogo es lograr una comprensión objetiva de la situación; concuerde ésta o no con las expectativas de los padres y proponer el tratamiento adecuado. Es claro que hay ocasiones en que no se requiere tratamiento alguno, en ese caso es necesario orientar a los padres en relación con el problema que plantean. Una vez realizada la evaluación, suele suceder que son varias las conductas sobre las que hay que intervenir, por lo que se proponen criterios para priorizar el tratamiento.

En primer lugar, actuar sobre los comportamientos que puedan resultar peligrosos para el niño o sus allegados. Segundo, elegir comportamientos que puedan tener efecto positivo sobre otras conductas con las que están relacionados. Tercero, injerir sobre comportamientos que no cumplen las normas sociales. Cuarto, escoger comportamientos que se requieren para el desarrollo de otros repertorios de conducta. Quinto, seleccionar conductas que influirán de manera positiva en la adaptación del niño. Por último, se requiere tratar las conductas que alteren el sistema de contingencias, y ayudar a que el niño desarrolle estrategias de autorregulación emocional que le permitan afrontar las dificultades y tener comportamientos que lo lleven a favorecer del desarrollo armónico del self.

Este desarrollo, se logra cuando el menor es capaz de autorregularse emocionalmente de manera que presente menos estrés y conflictos y pueda esperar por la gratificación. Asimismo, el contar con mayores estrategias para lidiar con sus emociones y las situaciones difíciles a las que tiene que enfrentarse, le permitirá ponerse metas a largo plazo, planear y anticipar las consecuencias de sus acciones, afrontar retos, vencer dificultades y tomar iniciativas con seguridad, así como reconocer los propios sentimientos y tomar en cuenta los sentimientos de los demás.

Post Author: Entorno Estudiantil

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